Esa mañana navegando hacia el Ñuro con Pacifico Adventures, en donde
bucearíamos con las tortugas marinas, recibimos un gran regalo de la Madre Mar,
de la Madre Tierra: una ballena jorobada madre y su cría nos dieron el
encuentro. Fuimos testigos de la atención, delicadeza y amor con que la madre ballena
iba enseñando a su bebé a respirar la vida, a nadar con cuidado y confianza por
las corrientes del océano.
- Maru,
una chica que hace postres aquí en Órganos – me respondió Belén y lo sentí como
si me estuviese dando la pista hacia un gran tesoro. De chica me encantaba
jugar en la playa a la búsqueda de los tesoros. En esta maravillosa playa
norteña, había encontrado un tesoro más, que era compartido por todos los visitantes
y locales que tienen la fortuna de conocer, compartir y probar los deliciosos y
mágicos postres de Maru.
Continúe saboreando lentamente, mientras recibía ese gran
amor que brotaba del alfajor. Algo en la memoria de mi cuerpo empezó a
reconocer algo que antes ha vivido, un alimento que transmite puro amor, y que
es lo que me mueve e inspira a cocinar y brindar alimento para el cuerpo, mente
y espíritu. Reconocí el don de la madre que alimenta con amor incondicional.
Reconocí a mi abue, a mi madre, a mi hermana y sobretodo reconocí a mi mama. Fuimos
alimentados y criados en el hogar que crecí por una grandiosa, amorosa y
risueña mujer que dedicó toda su vida y amor a mi familia, Carmen Pacherres
Jaramillo. Mi hermana y yo la reconocemos no sólo como una madre más, sino
también como nuestra gran mentora en las artes culinarias. Desde que tuvo 16
años empezó a trabajar con mis abuelos maternos. La mama, mamu, mamucha como le
llamábamos era de un pueblo llamado Huangala en Piura, y ahí estábamos mi
hermana, Penélope y yo en Piura a pocos días de su cumpleaños, reconociendo a
través de las manos de otra mujer, su más grande transmisión: el amor
incondicional a través del alimento.
Al día siguiente, sin esperar más, fui en busca de la madre
del alfajor. Llegué a su cálido hogar. Este irradia alegría, paz y magia
manifestada no solo en sus postres, sino también en cada rincón decorado con los
tesoros del mar y la tierra. Con sus dibujos, mensajes de amor y agradecimiento
a la vida. Su casa podría ser la de un cuento y esta brujita dulce es
frecuentada por adultos y niños de Órganos que reciben su amor a través de sus
manjares y pequeños tesoritos que el mar de vez en cuando le ofrenda en sus
orillas.
Hoteles y hogares le
hacen pedidos para poder compartir estas delicias con sus huéspedes.
Maru limeña de nacimiento, llegó a Órganos hace 5 años con
sus dos hijas, Nicole y Zoe en busca de una mejor calidad de vida. Saruca, su
abuela a quién llamaba abu o abue, tenía pelo blanco, le leía cuentos, la
llevaba a retiros del Opus Dei de pequeña y fue quién le enseñó todo lo que
sabe de postres. Es ahí en ese rincón piurano en donde volcó todas las dulzuras
de Saruca para que fuese su medio de
vida.
No hay duda alguna que Maru encontró una mejor calidad de
vida porque todo en ella irradia la gratitud y satisfacción de encontrarla en
cada uno de sus días llenos de dulzura y amor, a orillas norteñas de la Madre Mar.
Su mejor ingrediente para ello, escrito en la pared de su casa: “Avanzo porque
me mueve el amor” y nos pide “ Tengan la bondad de ser felices”.